22 de mayo de 2012

Todo pasa por una razón


La vida. 
Una dinámica de opuestos y conceptos en constante renovación…

“Todo pasa por una razón”, una poderosa frase que va más allá de las 19 letras que la conforman y la madurez emocional que la enmarca (casi como un decreto de evolución) para el cual no nos encontramos en la mayoría de los casos totalmente preparados. En aras de entender a qué se debe ese limitado deseo comprensivo es necesario exponer dos posibilidades; la primera, que invertimos mucho tiempo y energía en mantener las cosas tal y como las conocemos en función de resguardar esos elementos de la cotidianidad que nos dan seguridad o en segundo (y no menos importante) porque todo nuevo comienzo, por lo desconocido de sus variables, causa cierta ansiedad al enmarcarse en lo incierto. Debemos recordar que como seres humanos en continua trasformación pocas veces fluimos al ritmo de las circunstancias que nos exigen apegarnos al aquí y al ahora.  


La planificación es base de nuestra realidad, solemos organizar cada cosa porque este ritmo demandante impuesto por la sociedad contemporánea así nos lo indica. Escogemos nuestra ropa, las posibles diligencias a realizar en función de que tanta cola exista, la dieta que eventualmente dejaremos, el hombre con que saldremos y hasta los amigos con que medianamente construiremos una historia de inicios y cierres a medida que la vida de cada uno de esos seres también continúe, y es hasta necesario. No pretendo cuestionar aquello que nos permita cubrir metas a corto, mediano y largo plazo y que como valor agregado ratifiquen nuestra autonomía y nos acerquen a una mejor versión de nosotros mismos casi con la metodología de un escultor trabajando en arcilla.  

El nudo crítico, el pero del argumento, el “no eres tú, soy yo” se encuentra en que: estamos condicionados para planificar, nos gusta hacerlo. Somos tan diestros en este rol que hasta en ocasiones escogemos y opinamos por los demás aún en los momentos que no nos lo solicitan… Sin duda, lo difícil no es organizarse, lo complejo es tomar las consecuencias de la elección, sean buenas o malas sin ser juez y verdugo de nuestros métodos y sistemas. Está comprobado científicamente que no nos condicionan para los fracasos, a pesar de su importancia.Toda realidad tiene su antónimo, así se equilibra la vida. No puede existir día sin noche, logros sin esfuerzos, éxitos sin fracasos y mucho menos un futuro sin el presente. 

La humildad es un valor que se escribe así mismo a pesar de la ligereza con que en ocasiones se usa el término y de paso se presume (como si con esto se llenaran los ítems de una lista para evaluar que tan súper hombres o mujeres somos) pero, no es tan sencilla su adquisición y menos su manutención. La humildad se adquiere de la experiencia, es el resultante de cuantas veces nos levantamos, nos sacudimos el polvo y seguimos adelante. Se mantiene desarrollando la capacidad de: reconocer que hice lo que pude con lo que tuve y que el resultado es sólo mío porque yo escogí, viví y aprendí de lo ocurrido, también porque yo solo soy quien llevo mi vida y dejo a un lado la opción de señalar a otros para empezar a observarme a mí mismo como adulto responsable y, sobre todo, porque puedo equivocarme como un humano en constante evolución y construcción siempre y cuando pueda reconocer esos sin sabores que no minimizan lo que soy, sino más bien que exaltan mis esfuerzos por acercarme a un eslabón evolutivo que refuerce lo que puedo llegar a ser.

En resumen, hay que vivir cada día con su propio afán, valorando cada momento que lo conforma y agradeciendo por cada oportunidad que lo estructura. Invertimos extensos lapsos temporales y voluntad infinita en un mañana que desconocemos, perdiendo así, con esta actitud apresurada, el presente que es lo único que estamos seguros de estar viviendo. No es sencillo, no pretendo recrear una utopía maravillosa de un mundo donde no hay que preocuparse de nada ni de nadie, donde trotan unicornios y cantan las nubes. Al contrario, mi invitación es a no esperar algo de todo o todos (normalmente estandarizado por lo que doy u ofrezco) sino más bien, maravillarse por lo inesperado, por lo desconocido, por aquello que no depende de mí pero no por eso se aleja de beneficiarme. La verdadera diferencia está en entender que soy parte de un increíble y continuo intercambio energético y que, a medida que disfrute de cada cosa que me rodea, puedo reescribir el siguiente espacio en el que dejaré huellas haciendo lo mejor que pueda con lo que en ese momento posea. 

Cosas pasan, cosas que no esperamos y que pocas veces consideramos merecer pero, a pesar de su complejidad, es menester aceptarlas. Enfrentar la vida con total indiferencia y bajo el precepto de “el tiempo en este plano es muy corto como para mortificarme por tonterías” no es ni sano, ni inteligente. Por el contrario; es evasivo e impersonal. Si algo nos preocupa hay que hacerle frente y solo ahí encontraremos una herramienta para revisarnos y saber qué estamos haciendo en función de lo que estamos presenciando. Aceptar los eventos tal y como ocurren es una muestra de que, si bien es cierto, no poseo la verdad absoluta o la clave del universo al menos tuve la valentía de transitar el camino en su búsqueda siendo yo la prioridad en todo el trayecto. Confiando fielmente en que siempre existe un después mejor que el ahora conocido y que solo yo puedo reescribir mi historia, sus personajes y su desenlace. 

Como bien decía aquella icónica película “La fuerza está en ti”, así que haz uso de ella y disfruta mientras ves llegar a ti cada cosa que por Ley mereces en perfecta armonía y en el momento perfecto. Que así lo deseas, puede ser este y no otro.  

Autora: Stephanye Serrano ( @TephySerrano )

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