Somos seres solitarios y antisociales cuando viajamos solos. Y para preservar nuestro territorio (por ejemplo, el asiento del pasillo del autobús si vamos en la ventanilla) ponemos en marcha muchas estrategias para evitar que se acerquen extraños. Desde evitar el contacto visual hasta mirar insistentemente por la ventana del autobús, colocarnos los cascos con la disposición de no escuchar a nadie ni a nada y poner el bolso y cuanto objeto pesado tengamos a mano en el asiento vacío.
Una antropóloga de la Universidad de Yale decidió observar nuestro comportamiento desde el punto de vista científico. Y como quien va al Zoo, estuvo recorriendo en autobús Estados Unidos durante dos años. Viajó de Connecticuc a Nuevo México, de California a Illinois, de Colorado a Nueva York, y de Texas a Nevada. Dos años rodando en autobuses y miles de hora en estaciones más o menos cutres llevaron a la estudiante de doctorado Esther C Kim a formular una definición. A saber: “el comportamiento antisocial transitorio” que es el que adoptamos la mayoría en un viaje para ir más cómodos y, sobre todo evitar compañeros de viajes molestos.
Antes de esta investigación, la estudiante de doctorado había acuñado varias etiquetas sobre nuestra manera de evitar el roce con extraños (ni siquiera el intercambio de miradas). Por ejemplo, «ósmosis del ascensor», que es el arte que desarrollamos para proteger nuestro espacio vital y mantener las distancias con un extraño en el ascensor, y para evitar articular palabra.
Pero lo que nos pasa en los viajes es que defendemos nuestra parcela con uñas y dientes. Reconozco que en los aviones, cuando mi potencial vecino de asiento es de los últimos en llegar, rezó a varias vírgenes porque se haya retrasado y pierda el vuelo, o porque el asiento vaya vacío. La verdad es que se viaja de otra manera. Según las observaciones de esta antropóloga, en un autobús regional donde los asientos no están otorgados, las cosas se suceden así: Primero se ocupa toda la hilera de asientos vacíos antes de que alguien ose ocupar el sitio al lado de un viajero.
Si alguien viola esta regla no escrita será considerado «un raruno». En caso de que ya no quede más remedio que escoger un asiento con compañero de viaje (porque está todos los de ventanilla ocupados) se optará por sentarse al lado de alguien que aparente ser «normal». Esto es, según ha explicado Kim a la revista TIME,«alguien que no tenga cara de loco, que no hable demasiado y que no huela mal». Aunque el estudio se ha realizado con población estadounidense, diría que estas reglas son universales.
El respeto al otro no tiene nada que ver con el comportamiento antisocial transitorio, ni siquiera mantener las distancias como en el caso del ascensor. Aquí se trata de mostrar abiertamente que sea quien sea el que ocupe el asiento vacío de al lado, no será bienvenido. «Evitar las molestias físicas y mentales es lo que busca la gente protegiendo su espacio», explica la experta en el estudio que ha sido publicado en la revista Symbolic Interaction.
La autora habló con una chica que se consideraba a sí misma, una viajera experimentada con tácticas sofisticadas para conseguir que nadie se sentara a su lado en un autobús.
Su fórmula era hacerse fuerte en el asiento más próximo a la puerta, y desde allí desplegar múltiples tácticas: evitar el contacto visual, estirar las piernas hasta invadir el asiento vecino, sentarse en el asiento del pasillo y bloquear el paso al de ventanilla, ponerse los cascos con el iPod a todo volumen y simular no escuchar a nadie de los que preguntan si está libre el asiento «tomado».
Otro truco que le contó esta viajera consistía en ocupar el asiento libre con un montón de cosas pequeñas, de manera que el que viniera a ocuparlo desesperara mientras intentabas quitarlo todo, y se fuera a por otro sitio. Fingir estar profundamente dormida o fijar perdidamente la mirada en el horizonte a través de la ventanilla eran otras estrategias que la chica había probado con éxito.
Uno de los hallazgos de la investigadora fue demostrar que estos comportamientos antisociales son propios de los viajes y que no tienen lugar, por ejemplo, en un café o en un bar donde estamos más predispuestos a tratar con extraños y a conocer gente.
Tres razones fundamentales
La incertidumbre acerca del compañero de viaje, a quienes percibimos como potenciales desequilibrados o capaces de robar nuestro equipaje; la falta de privacidad y de espacio personal durante muchas horas, y el cansancio que nos hace ser más irascibles.
Este comportamiento antisocial solo tiene como objetivo proveernos a nosotros mismos con un mayor confort, teniendo muy poca consideración por lo demás. Kim lo dice muy claramente: Como extraños en un autobús no tenemos ningún incentivo para invertir nuestra energía en otras personas». Para la investigadora, solo se trata de una reacción natural: «Los seres humanos confinados a pequeños espacios sin privacidad tienden naturalmente a desconectarse de todo». También de las normas elementales de convivencia, y de aquella sentencia que reza que el hombre es un animal eminentemente social. Lo es. Hasta que se va de viaje.
Fuente: http://www.abc.es/
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